Estados Unidos afirma promover la democracia para el mundo entero, pero ¿hay una verdadera democracia en casa?
por Karlos Bermann
Nosotros en los Estados Unidos escuchamos mucho sobre la democracia. Esto fue especialmente el caso durante el ciclo de elecciones presidenciales de 2020, cuando la discusión sobre la democracia y las amenazas percibidas para ella estaban muy de moda entre los comentaristas y expertos de los medios de comunicación. Durante la campaña electoral, por ejemplo, la red CNN publicó el titular: “¿Por qué dice Bob Woodward que la democracia estadounidense está ‘tambaleando’?” Un coro de otros comentaristas liberales intervino sobre el mismo tema. Después de las elecciones, el intento de Trump y sus discípulos de organizar un golpe de estado y anular los resultados llevó a los liberales a un punto álgido sobre el destino de la “democracia estadounidense”. Pero, ¿cómo se puede perder algo que nunca tenia?
Desde la cuna proverbial hasta la tumba, se nos dice que vivimos en una democracia, ¡la democracia más grande que jamás haya existido! Comprobemos eso.
La democracia no es igual a unas elecciones, ni tener elecciones no es igual a la democracia
La prueba que nos ofrecen de que vivimos en una democracia es que tenemos elecciones. La mayoría de los ciudadanos, quienes han comido este pabulum desde el jardín de infancia, probablemente estarían de acuerdo con eso. Pero si la democracia es igual a las elecciones, ¿por qué tan a menudo califican la palabra “elección” con el adjetivo “democrática” (“las elecciones fueron democráticas”, “Joe Biden fue elegido democráticamente”, etc., etc.)? Sí, tenemos elecciones. Pero tener elecciones no significa que tengamos una democracia. Para nada. Pero más sobre eso más adelante.
¿Qué realmente significa “democracia” de todos modos?
La palabra democracia proviene del griego antiguo, como quizás hayas aprendido en la escuela, aunque tu maestro probablemente no señaló que la “democracia” griega se limitaba a Atenas, una de las muchas ciudades-estado independientes que formaban parte de la Grecia antigua, o que en realidad era solo “democracia” para la clase dominante: los ciudadanos varones libres (una pequeña minoría de la población) y, por lo tanto, no era realmente democracia en absoluto. Probablemente también les enseñaron que democracia significa gobierno por el pueblo. Pues, eso no es precisamente la verdad. La segunda raíz de la palabra, cracia, si significa poder o gobierno. Pero la primera parte, demo, que viene de demos, no se refiere a la gente en general, como en “toda la gente”. Significa la gente común, las masas, a diferencia de la aristocracia, la plutocracia, la élite rica. En la Grecia antigua, demos significaba lo mismo que plebs en la lengua latina de la Roma antigua, palabra de la que obtenemos “plebeyo”. Para los patricios de Grecia y Roma, así como para las clases dominantes monárquicas que los sucedieron, la palabra “democracia” significaba el gobierno de los sucios, de la multitud. La idea de democracia—y eso es todo lo que era, una idea—les resultaba aborrecible.
Así que desde el principio la palabra democracia ha significado, o al menos implicado, la lucha de clases.[1] La lucha del demos—las masas—contra los patricios—las élites que mandan—los aristócratas que poseían la mayor parte de la tierra y que, cuando llegó el momento de la verdad, también poseían a los habitantes de la tierra, ya fueran esclavos o siervos o nominalmente libres. Y, por supuesto, el aristócrata mayor era el monarca, ya fuera él (u ocasionalmente ella): rey, reina, emperador o algún otro título, ya fuera hereditario, o elegido por combate, o por cuchillos largos en la noche, o por algún otro método.
Hablar de la “democracia” se pone de moda (en conversación de la sociedad cortés)
Durante el Siglo de las Luces, a medida que el floreciente capitalismo debilitaba los lazos de la sociedad feudal europea, la retórica igualitaria y populista se puso de moda entre capas de las clases educadas y privilegiadas. Estas eran personas que proporcionarían los atavíos intelectuales para la nueva fuerza económica que luchaba contra la camisa de fuerza del feudalismo con sus títulos hereditarios de las tierras y la monarquía absoluta. Eran los portavoces intelectuales y filosóficos de la burguesía emergente. La burguesía (viene de la palabra francés, que significa literalmente “habitantes de la ciudad,”) inicialmente eran las clases comerciales de los pueblos y las ciudades.
Las ideas y la retórica de los intelectuales correspondían a las aspiraciones crecientes de la burguesía. A pesar de los vuelos retóricos de los pensadores e intelectuales, lo último que querían los capitalistas era ver el poder en manos del demos, de la plebe. Querían influencia y poder para ellos mismos. Para ellos, la retórica de la democracia era simplemente un medio para reunir detrás de ellos a la gente común de los pueblos: los mecánicos, los artesanos y los trabajadores que habían roto las ataduras de la servidumbre. Eran ellos quienes proporcionarían la infantería, la carne de cañón, para la guerra de clases de la burguesía en contra a la monarquía y el feudalismo.
La Revolución Norteamericana
Al igual que en Europa, las élites de las trece colonias norteamericanas de Inglaterra estaban inquietas. La monarquía británica y la clase dominante que representaba extrajeron todo lo que pudieron de estas colonias y, con ese fin, controlaron estrictamente la actividad económica. Pero durante los más de 150 años de la historia de las colonias de América del Norte, había crecido una aristocracia nativa, basada en grandes propiedades muy parecidas a las de la propia Inglaterra. Sin embargo, a diferencia de sus contrapartes inglesas, los aristócratas locales no tenían títulos oficiales, ni asientos en la Cámara de los Lores y, por lo tanto, no tenían poder. Más importante aún, carecían de la libertad para enriquecerse aún más como deseaban. No querían ser parte del imperio de otra nación; querían un imperio propio. En palabras del historiador John Peterson,
Habian una burguesía joven y fresca sentada sobre un enorme potencial económico esperando ser desatado. Pero para liberar ese potencial, en beneficio y enriquecimiento de los capitalistas norteamericanos y no de los británicos, necesitaban los confines más eficientes y estables de su propio estado-nación. Por su parte, los británicos —todavía encabezados por un monarca a pesar de haber tenido ya su propia revolución burguesa— querían mantener las tradiciones, la estabilidad y la rentabilidad de su robusto y creciente imperio. Lo aseguraron ejerciendo un control estricto sobre sus satélites coloniales en términos de acceso a los mercados, crédito, manufactura, construcción naval, comercio, etc.[2]
Mientras que el sistema colonial británico retuvo vestigios del feudalismo, los propietarios de las plantaciones de América del Norte y los comerciantes con los que trataban eran capitalistas mercantiles. Producían mercancías para el mercado y se dedicaban al comercio. Querían un mercado libre para sus productos, no un sistema colonial neofeudal restringido en el que la corona británica controlaba y gravaba fuertemente el comercio.
Entra el demos, “la turba”—la gente trabajadora
Los capitalistas aristocráticos norteamericanos eran conservadores y cautelosos. Al principio, solo buscaban reformas: una reducción de impuestos, la relajación de las restricciones al comercio y quizás la representación en el Parlamento, no la independencia de Gran Bretaña. Sin embargo, cuando Inglaterra los rechazó o los ignoró continuamente, sus discursos y escritos invocaron cada vez más las ideas igualitarias de la Ilustración. Su retórica populista estaba en gran medida dirigida a despertar a la gente común: los pequeños agricultores, los trabajadores urbanos, los artesanos y los mecánicos. Para que esos capitalistas en pañales con peluca empolvada y medias de seda lograran incluso sus objetivos limitados, tenían que movilizar al demos en contra al dominio británico.
El más recordado entre los divulgadores, irónicamente, es el plantador diletante Thomas Jefferson, quien, a pesar de poseer y explotar a unos 600 esclavos, se convirtió en el maestro de la altisonante verborrea igualitaria y democrática (y al hacerlo, se convirtió en el maestro inigualable de la hipocresía “democratica”). Las masas respondieron a esta retórica, así como a la agitación de radicales como Samuel Adams y Thomas Paine; respondieron hasta tal punto que rápidamente empujaron el movimiento más allá de los objetivos limitados que tenían en mente los aristócratas locales. La élite norteamericana tuvo que ponerse al frente del movimiento para no perder el control del mismo.
Y para hacer eso, usaron mucha retórica, pero se mantuvieron alejados de la palabra democracia en sí misma, para que no excitara demasiado a la multitud y la hiciera aún más difícil de controlar. De hecho, según el historiador Arthur M. Schlesinger, Sr., muchos comerciantes se inclinaron hacia los británicos “cuando se hizo evidente que su agitación por la reparación comercial estaba desatando fuerzas sociales más destructivas para los intereses comerciales que los actos equivocados del Parlamento.”[3] El aristócrata colonial y “Padre Fundador” Gouverneur Morris, quien más tarde se convertiría en una figura clave en la redacción de la Constitución de los EEUU, escribiendo el preámbulo de ese documento, escribió a Thomas Penn sobre su desdén y miedo a las manifestaciones despertadas. En una carta a Penn escrita en mayo de 1774, a Morris le preocupaba que “la turba comenza a pensar y razonar.” Los llamó a los trabajadores, “pobres reptiles” que “toman el sol [¿la atención recibido de la agitación populista?], y antes del mediodía morderán, depende de ello . . . Veo con miedo y temblor, que si continúan las disputas con Gran Bretaña, estaremos bajo el peor de todos los dominios posibles. Estaremos bajo el dominio de una turba desenfrenada.”[4]
Las disputas si continuaron, por supuesto, con el estallido de las hostilidades armadas en abril de 1775, cuando el demos armado se enfrentó a las tropas británicas en Lexington y Concord. Las tropas se dirigían a arrestar a Samuel Adams, quien así logró escapar. Aunque la ruptura temida por el Gouverneur Morris un año antes no pudo evitarse, la carta de Morris a Penn predijo la forma en que la “turba” eventualmente sería enganchada al arado del capitalismo.
En la carta cínica de Morris, la gente común (los “artesanos, etc.”) son “ovejas” que pueden ser “refinadas” o manipuladas por los aristócratas (los “pastores”). Esto se puede lograr a través de “prestidigitación” (engaño) y “palabras de advertencia” vacías (eslóganes) como “libertad y [libertad de] religión”. Si bien Morris aprueba estos métodos de estafar a la gente para salvaguardar los intereses de los ricos, teme que los “pastores” no hayan sido lo suficientemente hábiles en su uso, porque encuentra con disgusto que “la turba” está debatiendo abiertamente si el futuro gobierno “debería basarse en principios aristocráticos o democráticos”. “No hace falta suponer”, dice Morris, al comienzo de esta carta, “que las clases más bajas de la humanidad se dejan guiar más fácilmente por las apariencias engañosas que las de una posición más elevada”. Y más adelante, “Los restos [del espíritu de la Constitución inglesa] . . . dará a la gente rica una superioridad . . . pero si quieren asegurarlo, deben desterrar a todos los maestros de escuela y confinar todo el conocimiento a ellos mismos.” En otras palabras, mientras que la gente común es fácilmente engañada, para que la “gente rica” mantenga el control, debe mantener a las masas en la ignorancia. Y eso es exactamente lo que el sistema que establecieron se propuso hacer.
Nada de lo escrito aquí debe interpretarse como una sugerencia de que no hubo un fuerte impulso democrático detrás de la Revolución Norteamericana. Henry Alonzo Myers escribió que
La primera entre estas [desventajas del estatus colonial] para una multitud de norteamericanos comunes fue la manera en que la madre patria fortaleció el prestigio social de los ricos y poderosos, amenazando con establecer en el nuevo mundo las jerarquías fijas e inalterables que habían ahuyenado a muchos de los colonos del viejo mundo.[5]
Ese impulso democrático provino de abajo, no de los aristócratas coloniales como Thomas Jefferson y los otros “Padres Fundadores”, a pesar de toda su retórica altisonante. La Revolución Norteamericana le fue robada a esa “multitud de norteamericanos comunes”, robada al demos.
Los “Padres Fundadores” no establecieron una democracia
“Nosotros el pueblo . . .” Así va el mito. ¿A quién se refería “el pueblo” cuando se estableció esta gran “democracia”? Eran caucásicos (principalmente anglosajones); eran varones. Solo los varones que eran grandes terratenientes de extracción británica o de otros países del norte de Europa podían votar o ocupar un cargo.[6] Pero incluso con el electorado reducido a este pequeño grupo, los “Fundadores” todavía temían las elecciones. Así que construyeron salvaguardias. Salvaguardias contra la democracia. Ni siquiera ese pequeño grupo de varones blancos terratenietes podían votar por los senadores, que eran designados por los gobiernos estatales, o por el presidente, que era elegido por un pequeñito puñado de electores, quienes a su vez eran elegidos por las legislaturas estatales controladas por la nobleza terrateniente.
Las bulliciosas asambleas municipales celebradas en toda Nueva Inglaterra durante la década anterior a la Declaración de Independencia estaban mucho más cerca de la verdadera democracia que el sistema establecido en las antiguas Trece Colonias al final de la Guerra Revolucionaria. La élite norteamericana de cosecha propia no estaba más a favor de la verdadera democracia—el gobierno del demos—que el Rey Jorge. Lo que establecieron fue una república, un sistema político que simplemente eliminó la monarquía hereditaria tradicional (en sí misma una novedad en ese momento). Pero la república que crearon fue una plutocracia, no una democracia.
¿No hay democracia en la Constitución?
De paso, vale la pena señalar que la palabra democracia no aparece en ninguna parte de la Declaración de Independencia. No aparece ni una sola vez en la Constitución. Tampoco aparece en las enmiendas a la Constitución o la Declaración de Derechos que vino después. Setenta años después, ni siquiera se podía encontrar en el Discurso de Gettysburg de Abraham Lincoln.
Es cierto que con los años habían reformas. Los senadores ahora son elegidos en lugar de designados. Se permitió votar a un espectro más amplio de hombres europeo-estadounidenses y, finalmente, también a las mujeres. Después de la Guerra Civil, a los afroamericanos se les otorgó formalmente el derecho al voto, aunque en la práctica ese derecho pronto se eliminó con la deconstrucción de la Reconstrucción. Lo que es más, los esfuerzos para restringir el voto de los afroamericanos y otras personas de color continúan bajo diversas formas en la actualidad. Las reformas fueron concesiones a la presión popular por un lado; pero, por otro lado, también reflejaban la creciente confianza en sí misma de la clase dominante en su capacidad para mantener el control. En otras palabras, solo eran nada mas que refinamientos al engaño propuesto por Gouverneur Morris.
“Gobierno de la mayoría” y “democracia representativa”: mito y realidad
Quizás le enseñaron en la escuela que la democracia significa “gobierno de la mayoría”. Probablemente también le dijeron que la mayoría gobierna a través de “representantes”, que lo que tenemos es “democracia representativa”. Los votantes eligen representantes para que gobiernen por ellos porque, se dice, esa es la única forma práctica de hacerlo. Después de todo, miles o millones de personas no pueden votar en cada proyecto de ley, cada tema o política.
Entonces, en los Estados Unidos tenemos elecciones y tenemos representantes. Por lo menos tenemos gente llamada representantes. Pero, ¿quiénes son estas personas ya quién o qué representan en realidad? Los “representantes” ciertamente afirman que representan a la gente, a los votantes—de su pueblo, ciudad, condado, distrito electoral, estado, lo que sea. Pero, ¿qué significa representar a alguien, a un grupo de personas? Si significa algo, significa comprender las ideas, las necesidades, los deseos y anhelos de los representados. Y significa además llevarlos a la sede del gobierno y emitir votos en consecuencia, de la manera en que votaría el electorado representado si pudiera hacerlo por sí mismo. Un representante es el vocero de quienes lo han elegido, nada más, nada menos.
Pero claro, eso es muy lejos de lo que realmente sucede en Estados Unidos. Aquí, el “representante” representa una porción del territorio (supuestamente), a menudo manipulado para sesgarlo hacia un partido político u otro, a menudo para restringir la influencia de las minorías raciales, como con los distritos para el Congreso Federal. Estos “representantes”, entonces, hablan nominalmente por esa entidad geográfica. ¿Es que todas las personas, o incluso la mayoría de las personas, en estas zonas piensan igual? ¿Tienen todos las mismas necesidades e intereses? No, claro que no. De hecho, sus intereses reales a menudo entran en conflicto. Entonces, ¿cómo puede un individuo representar tanto al trabajador como al empleador, al arrendador y al arrendatario, al criminal y a la víctima?
La respuesta es que no pueden y no lo hacen. Durante las campañas electorales afectan cualquiera postura que sirve al momento, hacen vagas promesas a grupos dispares con intereses contrapuestos, gastan mucho dinero en agencias de publicidad y “spin doctors” para crear una imagen. Pero una vez que son elegidos, el único pensamiento que le dan a la mayoría de los votantes es cómo estafarlos nuevamente en el próximo ciclo electoral. Cuando están en el cargo, a quienes realmente representan no es al demos, a la mayoría. Esta es una pieza fundamental de la Estafa de la Gran Democracia: este tipo de “representación” no pretende implementar la voluntad de la gente, tiene la intención de embotar o cortocircuitar la voluntad de la gente.
Entonces, ¿a quién representan realmente los “representantes”?
Vivimos bajo un sistema capitalista. La economía, que es el fundamento de toda la vida humana y de la sociedad en el sentido más amplio de la palabra, es una economía capitalista. Eso significa que las personas que poseen y controlan la economía producen prácticamente todo lo que se requiere para la vida humana (y mucho de lo que no se necesita). Esas personas, con pocas excepciones, están motivadas por la búsqueda de ganancias, no por el deseo de brindar un servicio a la sociedad. Que ejerzan una tremenda influencia, que se traduce en poder y control, es una obviedad. ¿Cuántos de ellos hay? ¿Un porciento? ¿Menos? No lo sé, pero estoy seguro que no son la mayoría ni nada remotamente parecido. La gran mayoría de nosotros no somos capitalistas, ni siquiera los que tenemos unas pocas acciones, o una pequeña boutique, o los que pensamos que el capitalismo es el mejor de los mundos posibles, o incluso que el capitalismo es lo que Dios quiere.
Si tuviera una elección en la que un candidato se levantara y dijera: “Soy el candidato de los capitalistas y si soy elegido me aseguraré de que los capitalistas obtengan exactamente lo que quieren”, mientras que otro candidato se levanta y dice: “Yo represento a los trabajadores, a los asalariados y a todos los que tienen los mismos intereses”, ¿quién crees que ganaría? Los capitalistas no tendrían una oportunidad de bola de nieve en el infierno. Eso sería democracia real, gobierno de mayoría real. Pero lo que realmente tenemos no es democracia y no es el gobierno de la mayoría. Es el gobierno de aquellos que engañan a la mayoría haciéndoles creer que tienen democracia, los engañan haciéndoles creer que su voto realmente cuenta.
Cómo opera la estafa
¿Cómo se pueden salir con la suya con esta estafa? En primer lugar, los candidatos, los aspirantes a representantes, ni siquiera se postulan en un programa o “plataforma” que los vincule de alguna manera o los haga responsables ante el electorado que supuestamente representan, excepto en las próximas elecciones donde los votantes tendrá que elegir de nuevo entre el mal menor de dos candidatos. En ese momento, los candidatos volverán a hacer la campaña con vagas promesas e imágenes creadas para ellos por las agencias de publicidad y los “doctores de la manipulación” (“spin doctors”). Y, por supuesto, atacarán a sus oponentes por todo tipo de trivialidades, peculiaridades personales y pecadillos. Estas campañas políticas para engañar a la gente son tan costosas que requieren millones y hasta miles de millones de dólares para la elección de cualquier cargo más allá del estrictamente local.
Muchos, si no la mayoría, de los candidatos son ricos por derecho propio. En todo caso, son los capitalistas–millonarios y multimillonarios–o los comités de acción política (PAC y Súper PAC) que los representan, quienes financian a los políticos. Bajo el sistema actual, no hay posibilidad de que sean elegidos sin ese apoyo financiero. Luego publicitan sus campañas a través de los medios de comunicación en masa, y ahora también a través de los medios “sociales”—prácticamente todos son de propiedad y control corporativos y, por lo tanto, son parte integral del sistema en su conjunto. Bajo tal sistema, la realidad es que ningún candidato a un cargo importante puede aspirar a acumular los recursos necesarios para llevar a cabo una campaña exitosa sin haber probado que él o ella es “digno de confianza”, un partidario confiable del capitalismo, del statu quo. ¿Democracia representativa? No hay nada representativo ni democrático en este sistema.
¿Elecciones amañadas?
Mientras tanto, los medios de comunicación insisten continuamente en la idea de que solo hay dos alternativas viables: los republicanos y los demócratas. Nadie más es “elegible”, y votar por un extraño (un candidato independiente o de un partido “minoritario”) es simplemente desperdiciar su voto. De hecho, las leyes electorales en la mayoría de los estados hacen que sea imposible que los candidatos de terceros partidos siquiera aparezcan en la boleta electoral. Y donde lo hacen, los partidos gemelos capitalistas están listos con el dinero y la influencia legal para sacarlos de la boleta electoral si es necesario. Eso es exactamente lo que los demócratas le hicieron al Partido Verde en Pennsylvania y Wisconsin en 2020 para asegurarse de que no le quitarían votos a Biden.[7]
En cuanto a Biden, ofrece un ejemplo excelente de cómo, incluso dentro de los estrechos y limitados confines del sistema bipartidista institucionalizado, las elecciones están amañadas para evitar una elección real por parte de los votantes. Durante las primarias, la primera mitad del ciclo electoral, Biden quedó muy por detrás de varios otros candidatos. Los medios casi lo habían declarado muerto. Bernie Sanders, el niño mimado de la llamada ala “progresista” del Partido Demócrata, estaba muy por delante y parecía estar en camino de confundir a los expertos y tomar la nominación presidencial. Pero a medida que los candidatos se acercaban a la línea de meta, ¡listo!, figuras poderosas dentro del Partido Demócrata comenzaron a salir y respaldar a Biden. Pronto los otros candidatos de atrás hicieron lo mismo. ¡El cadáver de Biden saltó y comenzó a bailar!
Sanders era un entruso. Comenzó su carrera política como un autodenominado independiente y “socialista”. Así fue como se postuló y ganó un escaño en el Congreso desde Vermont, primero como congresista y luego como senador. Pero Sanders no es socialista. Es alguien a quien le gustaría reformar el capitalismo. Es un “social-demócrata”. Desde que se fue a Washington, ha funcionado como miembro del caucus del Partido Demócrata. Pero para los muy antidemocráticos agentes del poder y controladores del Partido Demócrata, él era una figura demasiado desconocida y/o poco confiable, alguien que no estaba lo suficientemente domesticado. Lanzaron una campaña, detrás de escena al principio, diciendo que Sanders no era elegible. Los medios de comunicación también se metieron en el acto. Mientras que casi habían descartado a Biden como un pasado, ahora publicaron informes entusiastas sobre el nuevo y revitalizado Biden. La jerarquía del partido torció los brazos y le dijo a cualquiera con influencia que si no se subía al carro de Biden, no habría futuro para ellos en el partido, ni hasta en la política. Las personas influyentes que no se habían comprometido previamente comenzaron a respaldar a Biden.
Joe Biden es miembro desde largo tiempo del grupo interior del Partido Demócrata, político de maquinaria y veterano de la Guerra Fría. Tiene un historial de 40 años que demuestra que es un partidario leal del sistema, incluida su política exterior imperialista y todas las guerras abiertas y encubiertas libradas en pos de esa política, desde Vietnam hasta Irak y Afganistán. ¿Cómo podrían resistir otros políticos cuando incluso el “progresista” Sanders capituló ante la presión de la jerarquía del partido? ¡Tanto por el cambio a través del Partido Demócrata! Es volver al mal menor: vota por el que creas que es el menos malo y si eso no funciona, vota por el otro en el ciclo próximo. ¡Elecciones libres y justas! ¡Democracia al estilo estadounidense!
Luego, cuando los políticos llegan al poder, ¿a quién designan para los cargos importantes no electivos? Aquí hay una cita del libro de Neil Sheehan sobre la guerra de Vietnam, A Bright Shining Lie, sobre el cual informó como jefe de la oficina de Saigón de United Press International durante los primeros años de la guerra y más tarde para el New York Times. En referencia al camino de Daniel Ellsberg hacia el gobierno (antes de que él se desilusionara y filtrara los condenandos Documentos del Pentágono), Sheehan escribió:
[La Universidad de] Harvard al que entró Ellsberg era un lugar donde los intelectuales ambiciosos comenzaban a ver la erudición como un camino hacia los altos cargos en el nuevo estado estadounidense. La Segunda Guerra Mundial había dado a los intelectuales un giro en la atmósfera de gobierno orientada a la acción, y a muchos les gustó. La Guerra Fría perpetuó una causa y una crisis y fomentó la lógica de que los intelectuales podían aportar una experiencia que faltaba entre los abogados corporativos, banqueros de inversión y hombres de negocios que tradicionalmente habían monopolizado a los altos puestos de nombramiento [no elegidos].[8]
Sheehan no escribía como marxista, ni siquiera como radical. Era solo un reportero de un periódico importante. Inicialmente, él mismo apoyó la guerra y admitió abiertamente que su parcialidad personal había distorsionado sus informes. Pero, como Ellsberg, estaba decepcionado. Sheehan simplemente lo menciona de pasada “los abogados corporativos, banqueros de inversión y hombres de negocios que tradicionalmente habían monopolizado a los altos puestos de nombramiento”, como un hecho, que ciertamente lo fue, y lo sigue siendo. ¿Representan a la mayoría del electorado esos abogados, banqueros y empresarios en el gobierno? De ninguna manera.
Ya que estamos en el tema de los Papeles del Pentágono, nada en la historia reciente prueba la tesis de que Estados Unidos no es una democracia mejor que esos papeles. En un artículo publicado en mayo de 2021, en conmemoración del 50 aniversario de la salida a la luz de esos documentos, Paul Ryder escribió,”Los papeles provocaron preguntas sobre cómo se podría haber librado la guerra durante seis presidencias seguidas: Harry Truman, Dwight Eisenhower, John Kennedy, Lyndon Johnson, Richard Nixon y Gerald Ford. ¿Cómo es posible que presidentes tan diferentes se hayan equivocado una y otra vez?” Seis presidentes, todos puestos en el cargo (o al menos dados la estampa de “legitimidad”) por los votos del pueblo estadounidense: tres demócratas, tres republicanos, todos siguiendo la misma política mientras mentían a quienes los pusieron en el cargo sobre lo que estaban haciendo y por qué lo estaban haciendo. Ryder continúa: “Seis presidentes seguidos no cambiaron las metas y la estrategia a largo plazo, y no podrían haberlo hecho si quisieran, porque los presidentes no deciden esas cosas”. Entonces, ¿quién sí decide? De nuevo, Paul Ryder:
Los objetivos y la estrategia de la política exterior a largo plazo están establecidos por un establecimiento complejo de la política exterior. Incluye al Pentágono, fabricantes de armas, la CIA [Agencia Central de Inteligencia], la NSA [Agencia Nacional de Seguridad] y otras quince agencias de inteligencia, firmas multinacionales de tecnología, bancos y otras corporaciones, miembros seleccionados del Congreso, ambos partidos políticos, universidades de élite, “Think Tanks” [grupos de “expertos”] y grandes medios.[9]
¿Suena todo esto a democracia, como si la gente no solo tuvieran una selección, sino también la última palabra?
“Controles y contrapesos” y las tres ramas del Gobierno
Nos enseñan en la escuela que las tres ramas de nuestro gobierno—el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial—constituyen un sistema de “controles y contrapesos”. Esto, nos dicen, tiene la intención de evitar que cualquiera de las ramas obtenga demasiado poder y, por lo tanto, amenace nuestra “democracia”. De hecho, estas son simplemente más salvaguardias en contra a la democracia.
Cualquier legislación que se apruebe por el Congreso que no esté vetada por el presidente y se convierta en ley puede ser declarada inconstitucional por la Corte Suprema. Esa rama, por supuesto, es designada, no elegida. La legislatura bicameral—Senado y Cámara de Representantes—es otro control en sí misma. La elección de senadores cada seis años, pero de congresistas cada dos años, proporciona un control sobre cualquier cambio de carácter radical en esta rama del gobierno. Lo que es mas, cada estado tiene dos senadores, independientemente de su población, lo cual es antidemocrático, mientras que los distritos del Congreso son notoriamente manipulados para sesgar la votación de una forma u otra (a menudo, como ya hemos señalado, para reducir o eliminar la influencia de las personas de color).
Estos “controles y contrapesos” son nada mas que otra capa de seguro en contra a la democracia, en contra a cualquier legislación o acción que pueda infringir al sistema capitalista.
Los partidos Republicano y Demócrata son mecanismos de control. O mejor dicho, un solo mecanismo de control, un sistema de control: el bipartidismo, las dos caras de la misma moneda falsa. El sistema bipartidista es la forma en que aquellos que realmente tienen el poder—la gran mayoría de los cuales nunca se postulan ni ocupan cargos electivos–controlan a la gente, la población, el demos. El sistema bipartidista mantiene la ilusión de la democracia mientras mantiene a la población jugando al fraudulente juego electoral de guisantes y cáscaras de nuez. El sistema bipartidista es el seguro de la clase dominante de que no se producirá ningún cambio significativo que amenace su poder y sus prerrogativas. Siempre hay un “mal menor”, pero nunca un bien positivo. No después de que terminen los discursos y se cuenten los votos. En la “democra-estafa” del partido Republicano-Demócrata, el ganador de todas las elecciones es el capitalismo; el perdedor es el demos de la nación, su gente trabajadora.
En los Estados Unidos, como en todas las sociedades capitalistas modernas, la gente trabajadora constituye abrumadoramente el demos. Eso no significa solamente tipos con cascos y fiambreras fluyendo de la puerta de una fábrica en una visión pseudomarxista de la década de 1930. Incluye a todos los asalariados, a todos aquellos cuyo sustento proviene de trabajar para otra persona. Incluso aquellos que trabajan por cuenta propia y, por lo tanto, se consideran una “pequeña empresa” (la gran mayoría de los cuales no tienen empleados, por cierto) son parte de la clase trabajadora, al igual que el pequeño y cada vez menor número de pequeños agricultores familiares. Aquí están las estadísticas:[10]
- En 2020 habían 118,3 millones de asalariados a tiempo completo en los EEUU.
- En abril de 2021 habían 25,5 millones de trabajadores a tiempo parcial.
- Había 11,6 millones de desempleados en 2020, incluido un estimado de 1,5 millones que no se cuentan en las estadísticas oficiales.
- En 2020 había 46,33 millones de jubilados cobrando la Seguridad Social.
Las cifras anteriores suman 201,73 millones de una población adulta total de EEUU de 243,85 millones, o casi el 83%.
Además de lo anterior, existen 24,8 millones de pequeñas empresas sin empleados (es decir, esencialmente trabajadores por cuenta propia, aunque el número de personas involucradas es probablemente mayor teniendo en cuenta las sociedades de propiedad conjunta). También hay 1,8 millones de granjas familiares en los Estados Unidos. Si incluimos 2 personas por cada uno de estos, suma otros 3,6 millones. Hablando objetivamente, estos trabajadores por cuenta propia comparten muchos, si no la mayoría, de los mismos intereses que los asalariados. Si sumamos sus números, la fuerza de trabajo total, incluidos los jubilados, asciende a 230,13 millones, o el 94,4% de la población adulta.
Sin embargo, bajo la actual estafa de la “democracia”, esta abrumadora mayoría de la población trabajadora, el demos—la primera mitad de la ecuación de la democracia—prácticamente no tiene poder, ni control, ni participación en la base económica del país, es decir la economía. La segunda mitad de la ecuación de la democracia, la cracia, el poder o el gobierno, por lo tanto, falta, no existe. Tenemos el pueblo, el demos, pero el demos no tiene democracia, ni poder. ¡Sin poder para el demos no hay democracia! La economía y todas las decisiones que la afectan están completamente en manos de la clase capitalista que posee y controla las aproximadamente 30,000 grandes empresas en los EEUU, y también posee y controla las élites políticas y administrativas que rotan dentro y fuera del gobierno desde el las salas de juntas corporativas, las fundaciones, los “think tanks” y las universidades para llenar los cargos no electivos del estado.
A todo esto el demos, la población trabajadora que constituye el electorado, son en su mayor parte espectadores pasivos y, además, atomizados. Ven la política solo desde una perspectiva individual o familiar, interactuando solo de manera casual con pequeños grupos de amigos o compañeros de trabajo. Además de eso, son bombardeados constantemente con propaganda de los medios corporativos, que hoy en día incluyen la mayor parte de los medios sociales. El mensaje es que el mundo en el que viven, el mundo de la “democracia” capitalista, es el mejor de todos los mundos posibles. Si bien puede no ser perfecto, les dicen los medios, es susceptible de una reforma gradual. Esa reforma se puede lograr eligiendo a las personas adecuadas; eligiendo a los candidatos “buenos” y rechazando a los “malos”. Al mismo tiempo, se les transmite el mensaje de que no deben esperar que el gobierno cambie su suerte, que las personas que lo hacen son perezosos, aspirantes a gorrones.
Las cadenas de la “libertad”
El capitalismo en los EEUU predica el individualismo, que a los trabajadores se les ha enseñado a equiparar con la “libertad”. Y, por supuesto, hay muchas opciones que preferiría tomar por sí mismo en lugar de que otros lo hicieran por usted, siempre que sus circunstancias económicas y personales le permitan tener opciones. Pero si no puede hacer el pago del alquiler, elegir una cena de bistec o llamar por teléfono para que le entreguen una pizza pueden no ser opciones. Probablemente estés atrapado con una caja de macarrones con queso. A las personas se les dice que pueden ser lo que quieran ser, que pueden lograrlo por sí mismas y que, si fracasan, solo pueden culparse a sí mismas. Dada su situación y la propaganda desde la cuna hasta la tumba a la que están constantemente expuestos, sutil y no tan sutil, ¿es de extrañar que su conciencia política sea tan baja?
Bajo las condiciones de paz de clases, los sindicatos en los EEUU se han atrofiado desde la década de 1950. Con la membresía desconectada, su liderazgo ya no era un liderazgo sino poco más que una burocracia letárgica recaudadora de cuotas. Su idea de lucha se limitaba a presionar al capitalista Partido Demócrata. El porcentaje de trabajadores con representación sindical cayó de un máximo del 35 por ciento a mediados de la década de 1950 al 20,1 por ciento en 1983 a un mero 10,3 por ciento en 2019, con la cifra de trabajadores en la industria privada ahora en un mero 6,2 por ciento.[11] El movimiento obrero de hoy es un remanente disecado de lo que alguna vez fue.
En general, los beneficios de la prosperidad capitalista no llegaron a los afroamericanos. Pero las reformas legales de las décadas de 1950 y 1960, en gran parte como resultado de las luchas del movimiento por los derechos civiles, eliminaron la segregación legal y otras formas de discriminación legal. Inmediatamente después de esas reformas, rostros de tonalidades más oscuras comenzaron a aparecer en la política y los medios de comunicación. El liderazgo de los movimientos por la igualdad racial fue seducido a creer que si la Tierra Prometida aún no estaba cerca, al menos era visible en el horizonte. Pero a pie de calle, las condiciones para los afroamericanos y otras personas de color no son mejores ahora que en 1950 y, en algunos aspectos, son incluso peores.[12]
En cuanto a la conciencia política, si bien hoy es muy baja entre la clase trabajadora, la historia muestra que puede desarrollarse rápidamente, prácticamente de la noche a la mañana, cuando las masas populares están en movimiento. Los movimientos de masas no surgen porque sean tramados por líderes en alguna oficina, sótano o trastienda. Surgen espontáneamente, cuando las condiciones están maduras. A veces por incidentes como el de Rosa Parks, una costurera afroamericana en un almacén de departamentos de Montgomery, Alabama. El 1 de diciembre de 1955 Parks se negó a ceder su asiento de autobús a un caucásico, lo que desató el boicot a los autobuses de Montgomery e inspiró al Movimiento de Derechos Civiles en su conjunto. Había llegado el momento. Los afroamericanos estaban hartos. Había mucha yesca seca. Lo mismo sucedió con el asesinato de George Floyd y las otras víctimas policiales que desataron el movimiento Black Lives Matter. Ese movimiento ha despertado en poco tiempo la conciencia de millones sobre el sistema de racismo en los EEUU.
Los tiempos están cambiando
Ahora se está acumulando mucha yesca seca. La pandemia de COVID-19 ha sacudido las vidas y los medios de subsistencia de innumerables millones depersonas en todo el mundo. Ha demostrado la debilidad del capitalismo global. Los gobiernos capitalistas se mostraron incapaces, o al menos tardíos, en adoptar respuestas consistentes, coherentes y efectivas. No han podido equilibrar las necesidades y la seguridad de su pueblo con las demandas económicas de sus clases dominantes. Eso fue espectacularmente evidente en los Estados Unidos. Pero incluso antes de la pandemia, el trabajo en EEUU estaba experimentando transformaciones radicales. Los trabajos industriales bien remunerados que llevaron a muchos trabajadores a la “clase media” en la segunda mitad del siglo XX ya no existen. Muchos asalariados ahora dependen de trabajar en dos o tres empleos a la vez para mantenerse a sí mismos y a sus familias, incluso en familias monoparentales.
Estas circunstancias han obligado a muchos a convertirse en trabajadores temporales, sin seguridad, sin beneficios, sin protecciones. Se han convertido en el equivalente moderno de los trabajadores eventuales o jornaleros. ¡Ahora algunos empleadores dicen que los trabajadores que continúan trabajando desde casa después de la pandemia deberían recibir un recorte salarial! Muchos trabajadores trabajarán desde casa, si pueden, simplemente porque no existe ningún cuidado infantil asequible.
La vivienda decente se ha vuelto inasequible, en parte como resultado de la locura capitalista por dandoles la vuelta a (“flipping”) bienes raíces. Compran casas que salen al mercado, haciendo algunas “mejoras” cosméticas y luego, en unos pocas semanas o meses, revendiendo la propiedad con una gran ganancia. Las casas unifamiliares ahora tienen un precio más allá de los medios de muchos posibles propietarios. Los alquileres de apartamentos y casas están aumentando a un ritmo sin precedentes y muchos inquilinos existentes se enfrentan al desalojo.
Luego estuvo el colapso del condominio de gran altura Champlain Towers en Surfside, Florida, que mató a 98 residentes. Después del desastre, los investigadores descubrieron que el edificio de 40 años tenía problemas estructurales desde el principio que nunca se abordaron.[13] En 2018, una inspección estructural advirtió sobre la degradación de los cimientos del edificio, pero no se actuó sobre los planes de reparación. En gran parte eso se debió a que los residentes se resistieron al precio: tendrían que pagar entre $80,000 y $200,000 cada uno por las reparaciones. Hace mucho tiempo el desarrollador habia tomado su dinero y corrió.[14]
¿Lo que se debe hacer?
Si Estados Unidos no es una democracia, ¿no hay esperanza? Es cierto que no hay esperanza de un cambio real a través del sistema electoral tal como existe ahora, un sistema diseñado y refinado para mantener el gobierno de los partidarios del sistema capitalista y su compulsión hegemónica mundial. Un voto por los partidos Republicano o Demócrata es verdaderamente un voto desperdiciado. Peor que un voto desperdiciado, es un voto en contra a la democracia, un voto por la desigualdad continua, la inseguridad continua, el racismo continuo y la continuación de anteponer las ganancias a las personas.
Pero eso no significa que el cambio sea imposible. ¡Votar no es igual a democracia, y democracia no es igual a votar! El cambio significativo que se produjo en el pasado (derechos de los trabajadores, igualdad legal—si no real—para las minorías étnicas y las mujeres) se produjo a través de la democracia en las calles y en los lugares del trabajo, a través de la acción directa de movimientos de masas fuera e independientes del sistema electoral. Sin embargo, en el pasado tales movimientos han tendido a no ser autosuficientes; no pudieron sobrevivir a sus propios éxitos. Una y otra vez, sus líderes los han conducido erróneamente al Partido Demócrata, donde los desmovilizan, les quitan las garras y los dejan sin poder.
Hoy hay signos de vida renovada en el movimiento obrero. Los trabajadores perdieron una ronda luchando contra el monstruo de Amazon en su almacén de Alabama en abril de 2021, pero no han perdido la esperanza. Las horribles condiciones de esos trabajos de bajo salario, alta presión y prácticamente trabajo a destajo son las mismas en todo el país. La lucha continúa. Se están realizando nuevos esfuerzos de organización en varios lugares, como Nueva York, donde un sindicato independiente obtuvo la primera victoria sobre Amazon en marzo de 2022. Y, por supuesto, el movimiento Black Lives Matter y otros movimientos están activos. Surgirán nuevas movilizaciones, tal vez en torno a la vivienda, el trabajo, el cuidado de los niños, o alguna nueva aventura militar imperialista.
Pero lo que le falta al movimiento obrero, y en una medida u otra a los otros movimientos también, es un liderazgo clarividente que comprenda la necesidad de una movilización de masas independiente de los partidos capitalistas y sus políticos, por muy “progresistas” que esos políticos afirmen ser. Ese liderazgo debe entender que ningún logro de los movimientos de masas estará asegurado hasta que haya un nuevo partido político, responsable ante esos movimientos y solo ante esos movimientos. Un partido del 94,4 por ciento que reúne a todos los movimientos de masas y señala con el dedo unido de lleno al capitalismo y sus dos partidos políticos charlatanes.
Notas
- En el mundo antigua, las llamadas economías dinásticas o palaciegas, el abismo entre gobernantes y gobernados era tan grande que los primeros ni siquiera consideraban a los segundos—los que se convertirían en el demos de la antigua Atenas–como seres relacionados, considerándose (y a menudo presentándose) como semidioses, si no descendientes de los dioses por completo. Marc Van De Mieroop escribe que en el amplio arco de las antiguas ciudades estado que se extendía desde Egipto a través de Mesopotamia, Babilonia, Asiria, Persia, Anatolia y las ciudades estado griegas, “Surgió una clase élite internacional, cuyos participantes tenían más en común con sus colegas en los otros estados que con las clases bajas en casa. Las élites . . . [mientras] participaba en una acumulación y exhibición de riqueza sin precedentes . . . simultáneamente se distanciaron del resto de la gente, viviendo en ciudades o barrios separados”. (Marc Van De Mieroop, A History of the Ancient Near East, c. 3000–323 BC, [Wiley & Sons, 2003] pp 153-154.) ↵
- John Peterson, “Class Struggle and the American Revolution,” https://www.marxist.com/class-struggle-and-the-american-revolution.htm. ↵
- Quoted in, Harry Frankel (pseudonym for Harry Braverman), “Sam Adams and the American Revolution,” serialized in The Militant, 11/12/1951 – 3/3/1952, republished on Marxists.org. ↵
- Gouverneur Morris to Thomas Penn, May 10, 1774, text with commentary at: https://msuweb.montclair.edu/~furrg/spl/morristopenn.html ↵
- Henry Alonzo Myers, from Are Men Equal? An Inquiry into the Meaning of American Democracy (1945), quoted in Herbert Aptheker, The American Revolution, 1763-1883 (New York: International Publishers, 1960, p. 46.) ↵
- Albert Gallatin, un inmigrante de habla francesa de Suiza, fue expulsado del Senado de los Estados Unidos en 1794, por esa misma razón. Como hablante de francés, se sospechaba que simpatizaba demasiado con las ideas democráticas de la Revolución Francesa. (Nancy Isenberg, Fallen Founder: The Life of Aaron Burr, New York: Penguin Books, 2007, pp. 132-134.) ↵
- Zak Hudak, “Green Party candidates won’t be on ballot in Pennsylvania, state’s highest court rules,” CBS News Online Edition, September 17, 2020; Kevin Reed, “Democrats engineer removal of Green Party presidential candidates from Pennsylvania ballot,” September 18, 2020, https://www.wsws.org/en/articles/2020/09/18/penn-s18.html. ↵
- Neil Sheehan, A Bright Shining Lie, Random House, 1988, p. 590. ↵
- Paul Ryder, “The Pentagon Papers at 50: What’s Left Out is Crucial,” https://www.counterpunch.org/2021/05/25/the-pentagon-papers-at-50-whats-left-out-is-crucial/ ↵
- Statistics are from the following sources: US Bureau of Labor Statistics; www.statista.com; “Missing Workers,” Economic Policy Institute, www.epi.org, 7/7/2017; US Small Business Administration; www.nass.usda.gov; www.ers.usda.gov. ↵
- Steven Greenhouse, “Union Membership in U.S. Fell to a 70-Year Low Last Year,” New York Times, 1/22/2011 (https://www.nytimes.com/2011/01/22/business/22union.html); “Labor unions in the United States” (https://en.wikipedia.org/wiki/Labor_unions_in_the_United_States) ↵
- Patrick Bayer and Kerwin Kofi Charles, “Divergent Paths: Structural Change, Economic Rank, and the Evolution of Black-White Earnings Differences, 1940- 2014” ↵
- https://www.nytimes.com/2021/06/26/us/miami-building-collapse-investigation.html ↵
- https://www.theatlantic.com/ideas/archive/2021/07/surfside-tower-was-just-another-condo-building/619348/ ↵
I need to to thank you for this great read!! I certainly loved every bit of it. I have got you book-marked to look at new things you postÖ
You are welcome! Glad you found it useful. Did you see the other posts on the site?
Karlos